25 de septiembre de 2013

La verdad sospechosa, Juan Ruiz de Alarcón


Venga, vamos en plan marquetinero total: 6 cosas que uno aprende si va a ver clásicos teatrales:
  • La verdad sospechosa se la atribuyeron a Lope de Vega, pero era de Juan de Alarcón. ¿Alarcón? Sí, ese señor que recitabas de memoria en la asignatura de Lengua y Literatura del instituto sin saber quién era o qué había hecho para aparecer a la altura del aquel tridente galáctico que formaban Calderón de la Barca, Tirso de Molina y el mencionado Fénix de los Ingenios. En términos futbolísticos, y en aquellos tiempos, Alarcón te parecía un lateral derecho intercambiable por cualquier otro rompetibias.
  • Otro dato para recordar por si un día tropiezas con Carlos Sobera o Jordi Hurtado concursando en la tele: Juan Ruiz de Alarcón nació en... México (hacia 1580). Además, el buen hombre se pasó la vida viajando en barco de un continente a otro. Y ya que estás acumulando datos para ganar premios en la tele, ahí van dos más: La verdad sospechosa es una obra de madurez —bah, de cuarentón—: don Juan la escribió entre 1618 y 1621; eso sí, no la publicó —y la reconocieron como suya— hasta 1634.
  • Después haber visto una decena de clásicos, he caído en la cuenta de lo obvio: las telenovelas debieron de nacer con el Siglo de Oro español. Hay que ver lo que le he gustaba al pueblo los enredos de todo tipo, en particular los amorosos. Eso sí, frente a otras obras de corte similar, algo que me gustó de La verdad sospechosa es que acaba mal; en la última escena todo se desarregla un poco más de lo que ya estaba. Supongo que ahí reside, en gran parte, el afán moralizante que se le atribuye.
  • Dice Helena Pimienta, la directora del montaje (y no Angela Merkel mandándonos mensajes subliminales sobre si vivimos por encima o por debajo de nuestra posibilidades):
El texto puede inscribirse dentro de un grupo amplio de comedias de diferentes autores, en sintonía con los afanes del conde-duque de Olivares, valido de Felipe IV, para reformar las costumbres heredadas del reinado de Felipe III, intentando ofrecer mejores horizontes a un país inmerso en la corrupción, la vanidad, la ostentación y el lujo. Indicaciones particularmente dirigidas a la nobleza cortesana (como son los personajes de La verdad sospechosa) a la que para servir de ejemplo, se le solicitaba una rectitud moral que excluía especialmente el vicio de mentir.

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