7 de junio de 2015

Zona de obras, Leila Guerriero


01. Una cronista feroz. Empecemos este texto tirando de honestidad: pasadas 35 páginas, este humilde lector de Zona de obras ya se había forjado una idea de lo más prejuiciosa sobre Leila Guerriero... Y todo por un adjetivo algo recurrente en esta antología de artículos sobre el arte de escribir. La secuencia que me llevó a tomar esta nota fue así: en la pág. 20 dice: «... me siento leve, un poco feroz y arbitraria»; en la 28: «yo era huidiza, ladina, oscura, difícil, taimada. arisca, bruta, brutal, furiosa, feroz, arbitraria...»; y en la 34: «[Madame Bovary es] un comentario implacable sobre la humillación y el amor, un advertencia feroz sobre la importancia de nuestras decisiones y sobre el peligro de estar vivos». Las dos primeras ferocidades me parecieron casualidad; la tercera, me dio pie a sacar una conclusión digna de un psicolingüista beodo: ¡seguro que es por el apellido!

02. Rust Cole habla en el coche con Martin Car. Dice Rust Cole en una de sus epifanías filosóficas en la primera temporada de True Detective:
Solo permaneciendo se conoce, y solo conociendo se comprende, y solo comprendiendo se empieza a ver. Y solo cuando se empieza a ver, cuando se ha desbrozado la maleza, entonces se puede contar.
Bueno, Zona de obras va periodismo, es decir, de hechos reales y de contar siempre la verdad; por tanto, rebobino y rectifico: Rust Cole hubiera podido decir algo así en alguna escena de la teleserie; sin embargo, hasta la fecha, los créditos de ese pasaje le corresponden a Leila Guerriero, quien lo anotó en un artículo mientras ponderaba la calidad del trabajo de Susan Orleans en El ladrón de orquídeas y de Martín Caparros en El Interior. Ese fragmento puede leerse como la modulación mística —a lo Rust Cole, digo— de un mantra que Guerriero repite de diferentes modos a lo largo del libro: «[hay que] desactivar toda expectativa de que escribir buen periodismo sea el arte de combinar una Mac Air con un par de horas libres».

03. La crónica como algo orgánico. «Se escribe tratando de entender», subraya Guerriero. Por eso, una buena crónica es «algo profundamente vivo»; es una especie de monstruo babeante creado para saciar la curiosidad infinita de quien la escribe, para calmar su necesidad de comprender. Es decir: la crónica lleva tiempo, supone esfuerzo y requiere de técnica; pero, sobre todo, exige un interés genuino por la gente, tener inquietud intelectual y la convicción de que se tiene algo que decir. Vamos, que no es algo que se hace «en los ratos libres entre el almuerzo y la siesta».
 
04. Más sobre lo que es y no es una crónica. En otras cosas, la crónica no es la glamurosa clase premium del periodismo ni nada parecido. Tampoco es un género que consistente en hablar en primera persona, sustituir los clásicos entrecomillados por novelísticas rayas de diálogo o dedicar líneas sin ton ni son a detallar el atuendo de fulano, el olor de mengano o de qué color son los calcetines de perengano. Por supuesto, tampoco tiene que ver con el intento de reanimar un texto plomizo o pavisoso a puro electroshock de ruidosas onomatopeyas a la Wolfe, coloridas metáforas o adjetivos epatantes. La crónica, como aspirante a obra de arte que es, nace —insiste una y otra vez Guerriero— de reunir al menos tres cualidades: tener una mirada propia, encontrar algo para decir y lograr encerrar en el texto una determinada visión del mundo.

05. El mestizaje artístico como vía del conocimiento narrativo. Quienes escriben crónicas —y por extensión quienes quieran escribir cualquier cosa que merezca la pena— harían bien en ser buenos lectores de ficción, y no solo de periodismo de investigación o periodismo a secas. Además, resulta recomendable que esos potenciales cronistas vayan al teatro, vean exposiciones fotográficas, devoren cómics, estén al día en series televisivas o sepan de danza. (Incluso que salgan a correr, practiquen la jardinería doméstica o escuchen a Miguel Bosé de vez en cuando). La crónica aspira a un lenguaje artístico; por tanto, conviene saber de los mecanismos y procesos creativos que usan otras disciplinas para contar lo que quieren contar. Es más: Guerriero —algo dada a la hipérbole, todo sea dicho—, sostiene que «la cosa más importante» acerca de cómo contar historias la aprendió viendo 7 veces Lawrence de Arabia.

06. Luke Skywalker parafrasea a Yoda y se pregunta si algún día será como Rust Cole. Mira y haz que eso signifique / Hay que disciplinar la mirada, aprender a ver donde todos miran y encontrar aquello que los demás no saben ver / El periodismo comienza cuando uno se calla y deja que el otro hable, que el otro ocupe con sus palabras el espacio de la conversación / La objetividad es una mentira; en todo caso, existe la subjetividad honesta / Para poder ver, no solo hay que estar; para poder ver, sobre todo, hay que volverse invisible / Los hechos son fáciles de ver; lo difícil es entender el camino que llevó a la gente hasta allí / Cada palabra visible está sostenida por otras diez mil invisibles / La gente es mucho más que aquello que hace / Todo se reduce a escribir asquerosamente bien y encontrar el punto de vista adecuado / Todo lo que necesito no es amor, como cantaban los Beatles, sino una cabeza bien amueblada.

07. Una biblioteca con la que escribir.
Un aspirante a buen cronista, como mínimo, debería entender el porqué de las siguientes agrupaciones de (feroces) filias guerrieranas: Tomás Eloy Martínez, Martín Caparrós, Rodolfo Walsh, Juan Villoro y Alberto Salcedo Ramos; Claudio Bertoni, Idea Vilariño y Héctor Viel Temperley; Fogwill y Borges; Richard Ford, John Irving, John Steinbeck, Alice Munro, Lorrie Moore y David Foster Wallace; y por supuesto: Gay Talese, Tom Wolfe, Kapuscinski o John Lee Anderson. Por último, a todos esos favoritos de la sultana, agreguémosle una manía —nunca está de más, literariamente hablando, autocaracterizarse por tenerle tirria a algo o alguien—: «... odio hasta las muelas a Hunter Thompson».

08. Dos paradojas. Primero, una laboral: resulta desalentador trabajar como cronista en una época en que los propios editores sostienen oxímoros tan escandalosos como que «los lectores no leen». Es más: algunos de esos editores creen tanto y tan firmemente en esa máxima del márketing, a decir de Guerriero, que traicionan todos sus principios periodísticos y disfrazan sus revistas o periódicos de televisión (por si la gente se confunde y los mira...). Y, en segundo lugar, una paradoja personal: Guerriero habla con frecuencia de su —saludable y vigoroso— autodidactismo, de que nunca asistió a un solo taller de escritura o de que la auténtica vía para el aprendizaje es encerrarse en casa en plan monje budista y, hala, ponerse a teclear y teclear... Curiosamente —las vueltas que da la vida—, ahora ella dicta talleres allá por dónde va.

09. Lo que las crónicas callan... aún. A decir de Guerriero, la crónica latinoamericana parece especializada en contar solo la cara B de su realidad. En general, decir crónica es hablar de asesinos en diferentes grados, letraheridos que terminan en suicidio, friquis de todo tipo y color, deportistas que triunfan o se hunden a lo bestia, bailarines de malambo, gentes que padecen desgracias terribles (guerras, hambre, terrorismo, enfermedades, tsunamis, bancos que les roban...), etcétera. Es decir, si bien los temas son variados y hasta relevantes, el catálogo parece dejar de lado conscientemente un tipo de historias muy concreto:  las «historias de los que tienen riqueza». ¿Por qué dejar la narración de la vida de los ricos en manos de los siempre complacientes Hola, Lecturas, Caras y demás periodismo rosa? ¿Por qué no usar la crónica también para entender «cómo alguien que podría pagar la vida de varias familias tan solo con sus camisas no lo hace?».

10. Karate Kid piensa en el Sr. Miyaghi mientras lava su coche. Wax on, wax off. Escribir una buena crónica es atravesar un campo (minado de) correcciones. Wax on, wax off. Escribir una buena crónica es atravesar un campo (minado de) correcciones. Wax on, wax off. Escribir una buena crónica es atravesar un campo (minado de) correcciones. Wax on, wax off. Escribir una buena crónica es atravesar un campo (minado de) correcciones. Wax on, wax off. Escribir una buena crónica es...


Ferocísimo bonus track. [...] Página: 167: «De alguna forma retorcida y feroz la mujer no ha podido dejar de pensar en eso...». Página 197: «Se sobrepuso  a la muerte de un hijo, a un cáncer, a una feroz quimioterapia y al tedio que produce la vida a los alcohólicos». Página 220: «Era un hombre talentoso, pequeño y feroz con los periodistas que se pasaban de vivos, eran poco precisos o las dos cosas juntas». ¡Auuuuuuuuuuuuuuuuuu!

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